martes, 23 de agosto de 2016

TEXTOS 2007-2008, ESCRITOS POR QUARANTA CON EL PSEUDÓNIMO DE TARDEWSKI.

TEXTOS 2007-2008, ESCRITOS POR QUARANTA CON EL PSEUDÓNIMO DE TARDEWSKI.

Con esta publicación trato de seguir explotando el recurso de diluir los límites entre realidad y ficción.


OVEJITA

Esther ya no contaba sus años. Esther había muerto hace tiempo para todo. Pero Esther vivía. Cobraba su jubilación debiendo esperar horas tras una fila de hombres sin rostro. Esther con sus temblores de vieja esperaba. Avanzaba poco a poco. Un paso. Dos. Esther no se quejaba. Nadie se quejaba. Esther necesitaba el dinero. Y temblaba. Sus sueños de mujer se habían desvanecido entre sus dedos y ahora sólo le restaba esperar. Aguardar en el banco, en la panadería: aguardar la muerte. Porque la muerte no es otra cosa que esperar sin esperanza. Vivir sin fe en el cambio. Esperanza y fe terrenales. Pero Esther ya estaba muerta. Sus cabellos inundados de canas eran una muestra de la muerte. De la vejez que es muerte. Y así avanzaba en la fila Esther. Sin fe. Con un grito ahogado en su corazón muerto. Y llegaba a la caja. Y cobraba. Y se iba con unos pocos centavos. Y vivía. Como todos viven.


COPULAR

La cópula es liga,
el hombre copula,
el copular olvida.

El hombre, la mujer:
copulan,
se unen en juego interminable.
El es , cópula infinita que enlaza
un sujeto y un predicado:
una mujer y un hombre.

Copular es hacer ser.
Copular es que el ser sea.
Copular es cópula.


MI PRIMERA  VEZ

Mamá, tengo que contarte algo pero prometeme que no te vas a enojar. No hija sabes que podes confiar en mí siempre, te lo he dicho desde que eras una nena. Bien mamá, me encanta tener la posibilidad de contarte todo y que me entiendas. Supongo que debe ser así la relación entre madre e hija, la confianza es la base de una relación espontánea, respetuosa y sin temores. Estoy de acuerdo con vos mamá, me lo inculcaste desde que era muy chiquita y ves que los resultados están a la vista, cada vez que me sucede algo importante te lo cuento a vos antes que a nadie, eso demuestra que confío. Seguro que sí, las madres sabemos perfectamente cuando una hija nos oculta sus problemas o nos hace partícipe de ellos, y desde que tengo uso de razón fui educada para contar lo bueno y lo malo. Conocí a los abuelos y sé que es así. Tu mamá me sentaba a su lado y recordaba la infinidad de veces que vos le pedías consejos o le decías mamá tengo algo importante para contarte. Y que su madre la había educado de la misma manera y como le había agradado ella continuaba con el ejemplo. Me decía es como un círculo. Claro que sí mi amor, es un círculo mágico porque la confianza es la base de toda relación respetuosa y sin miedos, sin confianza todo se derrumbaría. Me encanta como pensás mamá, cuando yo tenga una hija te lo prometo y me lo juro a mi misma que voy a actuar de idéntica manera a como vos actuaste conmigo. Es reconfortante que una hija le diga en vida a su madre que su ejemplo rindió frutos, me emocionas hija querida. No llorés mamá, te quiero mucho y sos la mejor mamá del mundo. Y te quería decir que estoy embarazada de Gerardo. Mamá decí algo. ¿Qué te pasa mamá? Nada hija, simplemente te pregunto ¿quién te enseño a ser tan puta? Porque yo no.


HIPOCRESÍA

Gritan, prohibido el aborto, los curas,
se rasgan sus sotanas, una situación tal es insostenible;
no al preservativo, reclaman, con impunidad
sus cerebros atrofiados por una inmunda religión;
pecado, sacrilegio, relaciones fuera del matrimonio
condenemos a la niña, vocea el crápula clérigo;
mil padres nuestros, por su conducta homosexual
determina el pedófilo cardenal con un hilo de baba.
Toda una iglesia, una comunidad, la vida es maravillosa,
no opinan así millones hambreados por un sistema,
a Dios no interesan cuestiones profanas, contestan.
No hay duda.


FUTURO

Una sonrisa dibujada por la misma Deidad brota del rostro inocente del bebé. Su padre lo contempla extasiado, con fervor, al borde mismo de las lágrimas que logra contener por unos instantes, aunque no serán muchos. Un pensamiento cruza su mente. Pronto la sonrisa se le irá desdibujando, gradualmente, hasta convertirse en nada. Comenzará a perder los rasgos de niño, esa ingenuidad invalorable que poseemos cuando no somos concientes del sufrimiento propio ni ajeno, transformándose en un adulto hastiado y acomplejado. Lo que una vez fue sonrisa ya ni siquiera se guardará en la memoria como recuerdo. Tal vez en alguna que otra foto escondida en un cajón olvidado entre otros cajones que no nos dicen nada, o en la memoria de los otros, pero jamás en la nuestra. ¡Basta! El pensamiento, obediente, se desvanece. Y una vez más la sonrisa cobra hegemonía en el padre. Advierte que su hijo es, sin duda, el mejor regalo de la vida. Ya habrá tiempo para lamentarse.




NONO.

Nunca me voy a olvidar de las palabras proferidas por mi abuelo la vez que lo visité en Italia, extrañas si se tiene en cuenta que jamás escribió una letra –no hubiera descifrado el modo si lo hubiese deseado–, premonitorias como las de aquellos que saben algo sin saberlo, en su pueblito, Arnara, en el que también nació mi madre, quien luego de diferentes vicisitudes desembarcó en Argentina y se casó con mi padre, y que más tarde, juntos, hermanos a cuesta, fuimos a Italia, a su pueblito, Arnara, allá por el año 1986: “si querés se escritor vos no te tenés que forjar un destino sino una genealogía”. Nunca me las voy a olvidar, sobre todo, porque al año siguiente, en un accidente automovilístico que se podría haber evitado, como, en general, pueden evitarse la mayoría de los sucesos involuntarios –escribo involuntario simplemente por comodidad, luego de tanto tiempo y lecturas ya no sé, a ciencia cierta, el calificativo que merece–, murió. Era un auto blanco. Un Ford Fiesta que nono Filippo –así le decíamos– había comprado para que pudiéramos viajar durante los dos meses de estadía. Según tengo entendido mi abuela, su esposa, la madre de mi madre, que había estado en Rosario un par de años antes, no recuerdo ahora si una o dos veces, se había opuesto, con argumentos contundentes, a la compra; sin embargo, la terquedad de la vejez masculina primó. Nunca me las voy a olvidar, decía, porque aquellos meses de 1986 fueron los únicos de mi vida en que tuve contacto directo con él, y esa frase “si querés ser escritor te tenés que inventar una genealogía”, nítida, hizo tal mella en mí que aún hoy, tantos años después, la sigo rememorando y escribiendo, quizás, por qué no, para traer a mi abuelo a la memoria que, según comentan, es más terrible que Dios, para no permitir que se me escape su imagen –como es probable que suceda– o, tal vez, para hacerle caso y cumplir con ese destino que él pretendió –sin saberlo– imponerme.
Mi abuelo era un hombre alto, flaco, analfabeto y curioso, las mujeres le gustaban más que la música, y la música era su pasión, se llamaba Filippo, usaba sombrero. Si bien con certeza, de los datos que repaso, puedo dar cuenta, sin acudir a testigos o fotografías, solamente, de su nombre, yo de él, limpias, conservo dos imágenes. Una es la que acabo de contar, el día o la tarde que me sentó en el escalón de la puerta de su casa, en el que yo esperaba todas las mañanas, todas, puntualmente, sin que nadie me despertara, casi de madrugada en realidad, a que él saliera para ir juntos a ordeñar –a ver ordeñar– las vacas, y me dijo, sin preámbulos, con un carácter profético, que incluso hoy me desvela, no tanto por el contenido de la expresión sino por la forma: “para ser escritor tenés que proyectar una genealogía, el destino viene solo”. La otra es –la otra imagen, ¿no?–, según desde dónde se la mire, menos importante, sin embargo, a su pesar seguramente, la maldición del tiempo no logra corroerla: mi abuelo, en un momento dado, me pregunta si quería aprender a atarme los cordones ya que había visto que iba con ellos constantemente sueltos: “¿te enseño a atarte los cordones?”; yo le respondí, por supuesto, que sí y manos a la obra me indicó dos o tres movimientos que debía realizar para desde allí en más no perder nunca esa exigua habilidad manual –una de las pocas de las que puedo jactarme– que, entre otras cosas, me ha permitido, caminar, sin temor, a tropiezos.



Edipo moderno.


Dijo que no paraba de crecer. Y en ese mismo instante comprendí que me hubiera gustado arrancarme los ojos para tener a disposición todos los puntos de vista posibles. Arrancármelos ciegamente por la impotencia que implica un momento de lucidez en el que ni si quiera un pensamiento me echa en cara la única verdad: la incapacidad radical para observar lo que otros observaron cuando alguien dijo: no para de crecer.
Lo cierto es que estaba en el almacén que queda a metros de la casa donde nací (si el lector sabe la verdad podrá reconocer un dato erróneo, para no decir falso que suena muy fuerte, en la descripción de la casa, pues lo cierto es que allí no nací) con mi hermana y su hijo, es decir, mi sobrino, un chico que siempre digo que salió a mí por lo lindo e inteligente (el lector aquí si sabe la verdad podrá, en todo sentido, corroborarla), cuando de pronto ingresa una mujer con una particularidad que pensé un rato largo si explicitarla o no (pero, a los efectos del desenlace de esta historia no tuve más remedio que hacerlo): era enana. Y recuerdo ahora que era enana no por algún motivo especial que a ella la concerniera directamente más allá de su enanismo, sino por el comentario que escuché proferir a alguien, unos momentos después de su entrada, no para de crecer, que sinceramente produjo en mí no tanto gracia sino admiración, dado que desde el lugar donde me encontraba las palabras parecían dirigidas al hijo de mi hermana, pero que mi afán de ambigüedad, yo diría mi pasión por ella, relacionó también con la recién ingresada.
Ustedes pueden imaginar perfectamente la situación (aunque no ponerse, como se dice, en mi lugar). No había más de dos o tres clientes sumados a los mencionados hasta ahora y dos empleadas (una de ellas nueva y con una pasmosa lentitud que alteraba el buen sentido, por lo menos a mí), o, con mayor precisión, una empleada y la dueña. Lo que me llamó inmediatamente después del comentario, no para de crecer, la atención, fue la posibilidad de cada uno de los presentes de interpretar algo diferente de ese dicho a partir de las distintas posiciones que ocupaban. Pero más aún me frustró mi imposibilidad de dar cuenta de esas diferentes interpretaciones, o, para ser más exacto, puntos de vista. Por este motivo escribí al principio que me hubiera gustado, y lo sigo sosteniendo, arrancarme los ojos para ser capaz de tenerlos en mí a todos.
Si vale como ejemplo, y si no recuerdo mal, la empleada nueva y lenta en un momento, no fue más que un segundo, y desde mi lugar, no hubiera podido apreciar (la tapaba la máquina de cortar fiambre) al hijo de mi hermana, por lo tanto, si esta señora hubiese estado allí cuando escuché: no para de crecer y si hubiera tenido a la vista a la mujer con el problema físico, tranquilamente habría estado en condiciones de imaginar un chiste de muy mal gusto (aunque es cierto que no la creo capaz).
Carecería de importancia elucubrar acerca de lo que pensó mi hermana sobre el comentario ya que ella misma tenía en brazos al niño y no sé, por otro lado, si vio entrar a la mujer enana, circunstancias que llevan inevitablemente a suponer que a la madre de mi sobrino no se le pasó por la cabeza relacionar el comentario con otra persona que no fuera su hijo.
Resta como lugar cumbre el de la mujer enana, lo que a ella se le habrá pasado por la mente cuando, de espaldas a la puerta, alguno profirió no para de crecer. Y es aquí donde más lamento no poder hacerme cargo de lo que el otro sintió porque si yo fuera enano y escucho que alguien dice: no para de crecer, en ese mismo instante en que la frase se estaba enlazando una sensación de impotencia, ridículo y bronca me hubiera atravesado tan de punta a punta que hasta el día de hoy no me la hubiese podido olvidar.
A partir de esto, advierto que los intentos son vanos. Que por más que pretenda dar cuenta de los otros no hago otra cosa que hablar de mí. Que podría haber habido quinientas personas en el almacén y yo aquí seguiría tratando de averiguar qué interpretó cada uno de manera estéril puesto que jamás cuando uno habla, habla de otro: lo que digo de él, dice de mí.




MT/mq.-



miércoles, 3 de agosto de 2016

FANTASIAS SEXUALES II - AROMAS

FANTASIAS SEXUALES II - AROMAS

Viernes a la noche, reunión de amigos después de cenar, solo hombres. Empezamos con café, luego algo de alcohol. Retomamos la charla de hace algunas semanas. Uno, que había hablado poco, cuenta:
- Soy muy olfativo. Vivo solo, me gusta cocinar y estoy siempre atento a los aromas. También cuido el olor de los ambientes. Me gusta como huele el café, la madera, el incienso, las carteras y la ropa de cuero, y tantos más. Pero el olor por excelencia es el de las mujeres. Distingo varios, el del champú, el desodorante, el del jabón que le queda en la piel, el del perfume, el de la cosmética…  Me encanta en una primer salida, donde solo hablamos, ir descubriendo esos aromas. Muchas veces, en la calle o en lugares públicos, cuando le doy paso a una mujer, aprovecho y respiro las fragancias que va dejando. Ni hablar cuando hay encuentros más íntimos. Cierto sudor, moderado,  también deja rico olor en la piel.
- ¿Eso no suena medio asqueroso? - interrumpió el mono.
- No, para nada. Es muy sutil. Aclaro que las axilas, las orejas, los pies y la cola no tienen olores atractivos, pero un sudor en un brazo o la espalda es exquisito. Y por supuesto el olor por excelencia de la mujer es el de la concha.
- Tarde o temprano llegábamos a eso, seguro que te pasás oliendo bombachas.
- Para nada. El olor de la concha se disfruta a distancia. Cuando estoy recorriendo a besos el cuerpo de una mujer, y estoy por el vientre, se empieza a sentir ese olor a mujer caliente, es muy excitante. Si la estimulo con uno o dos dedos, me guardo ese olor para más adelante, en un par de horas o al día siguiente será exquisito. Y ni hablar del que me queda en el miembro luego de una relación sin preservativo, es un olor fuerte, mezclado, pero muy estimulante, no olviden que somos animales.  Durante más de un año salí con una chica que era muy piola, sincera, directa, muy decidida. Hablábamos de todo, nos reíamos y teníamos mucho sexo. Recuerdo que cuando se vestía, antes de ponerse la bombacha, la olía. Alguna vez que me hizo una pregunta “indiscreta”,  le dije ‘preguntáme lo que quieras, luego yo pregunto algo’.  Ella quiso saber sobre mi masturbación, le conté todo al respecto. 
- Eh!! Tanto tiempo tenían !!!  – dijo otro.  Estallaron las risas.
- Retomo: le pregunté porqué olía la bombacha antes de ponérsela, y si me dejaría olerla.  Me dijo que prefería que yo no huela su calzón, y que ella lo hacía solo por una cuestión higiénica. Le dije que en otro momento la iba a invitar a oler el aceite de dirección hidráulica de mi auto, que era un olor muy sexual y estimulante.  Cuando lo conoció, dijo que ese olor la calentaba, y le hacía acordar a algunos aromas sexuales, que yo no necesitaba oler su bombacha porque ya conocía ese olor.
- Ah  bueno!, dijo el mono. Pidamos otro café que creo que va a ser el único olor rico de esta noche ...


MT/mq.-